¿Ora usted por sus hijos?

Es importante que oremos por nuestros hijos. No un día ni dos, sino siempre. Dios por su infinita gracia los transforma, si se encuentran descarriados.


Nuestros hijos corren peligro todos los días, en todo momento. Estás expuestos a malas amistades, deseos desenfrenados a los que pueden sucumbir por curiosidad o bajo la influencia de otros, las redes sociales y los antivalores que difundir y, también, el bombardeo de antivalores provenientes de los medios de comunicación.

De otro lado, los padres cometemos errores. No les prestamos atención, no los valoramos apropiadamente y, en los momentos de crisis, no les brindamos apoyo ni los estimulamos y animamos para salir adelante.

Así las cosas, caben aquí varias preguntas: ¿Ora usted por sus hijos? ¿Con qué frecuencia? Esos dos interrogantes se responden cuando usted hace un alto en el camino y, tras identificar errores, se dispone a cambiar con ayuda de Dios.

La autora cristiana, Quin Sherrer, anota lo siguiente:

“Necesitamos orar para que nuestros hijos sean protegidos de las malas enseñanzas a las que están expuestos, incluso de sus profesores. Debemos orar por quienes están alrededor y, por supuesto, quienes tienen autoridad sobre ellos.”

En esa dirección, le animamos a consultar con nosotros qué dicen las Escrituras.

LA ORACIÓN EN EL CRISTIANO

La oración debe ser una impronta del creyente: por la familia—el cónyuge y los hijos–, por las situaciones diarias que enfrentamos, el trabajo y el ministerio y, el sinnúmero de aspectos con los que estamos relacionados.

Orar es hablar con Dios y no una sucesión de palabras aburridas. Orar es comunicarnos con el Padre bajo la certeza de que nos escucha y, conforme a Su voluntad, nos responde.

El apóstol Pablo recomendó:

“Oren en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y manténganse atentos, siempre orando por todos los santos.” (Efesios 6: 18 | RVC)

Y, algo más, el Espíritu Santo que mora en nosotros cuando somos redimidos, nos guía sobre cómo orar al Señor:

“De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que examina los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios.” (Romanos 8:26-28 | RVC)

Dios mismo nos indica qué pedir. Todo forma parte de nuestra dependencia de Él, en todo momento.

DIOS NOS ACOMPAÑA

Ni antes ni hoy Dios nos ha dejado solos. Por el contrario, ha estado siempre a nuestro lado en temas tan importantes como el manejo de la vida familiar y, sin duda, seguirá acompañándonos cuando vienen las crisis. Él ha sido fiel en todo momento.

«¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Bendiga todo mi ser su santo nombre! ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones!» (Salmo 103: 1, 2 | RVC)

En ese orden de ideas, lo indicado es orar diariamente por nuestra familia y, en el caso de quienes somos padres, orar por nuestros hijos. Lo hacemos la convicción de que contamos con la protección divina:

“Por haber puesto al Señor por tu esperanza, por poner al Altísimo como tu protector, no te sobrevendrá ningún mal, ni plaga alguna tocará tu casa. El Señor mandará sus ángeles a ti,
para que te cuiden en todos tus caminos.” (Salmos 91:9-11; Lamentaciones 2:19; Isaías 54:13 | RVC)

Como progenitores no debemos desgastarnos en nuestras propias fuerzas, sino someter en manos del Señor a nuestros hijos, pidiendo que los proteja y los guíe.

DIOS, EL ÚNICO QUE PUEDE TRANSFORMARLOS

En nuestras fuerzas jamás podemos cambiar a nadie, lo incluye a nuestro cónyuge e hijos. Sin embargo, Dios sí puede hacerlo.

Dice la Palabra:

“Les daré un corazón nuevo, y pondré en ustedes un espíritu nuevo; les quitaré el corazón de piedra que ahora tienen, y les daré un corazón sensible.” (Ezequiel 36:36 | RVC)

Y, también leemos:

“Pondré en ellos un corazón y un espíritu nuevo. Les quitaré el corazón de piedra que ahora tienen, y les daré un corazón sensible, para que sigan mis ordenanzas y cumplan mis decretos. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.” (Ezequiel 11:19 | RVC)

Como padres, nuestra oración debe orientarse para que nuestros hijos dispongan su corazón para el Señor. Y Él obrará:

«Dios mío, ¡crea en mí un corazón limpio! ¡Renueva en mí un espíritu de rectitud!» (Salmo 51: 10 | RVC)

Nuestra tarea es instruirlos en principios y valores desde la más tierna infancia. Dios se encarga de lo demás, cuando no dejamos de clamar por ellos.

Ahora, avanzando hacia el final, es hora de hablar de la gracia. La gracia es el don inmerecido de Dios hacia nosotros, pese a nuestro cúmulo de pecados. Jesús ya pagó el precio en la cruz. Nos perdona en respuesta a un sincero arrepentimiento.

Así mismo, es por gracia que el Padre transforma a nuestros hijos. Lo hace por amor. Por el amor que le tiene a la institución familiar.

¿Ya se acogió a la gracia divina? Hoy es el día para ir a los pies de Jesús. Su sangre vertida en la cruz, nos limpia de toda la maldad y nos permite emprender una nueva vida.


© Fernando Alexis Jiménez | @Conexión365

Lea también:

 

Publicaciones Relacionadas